Como había dicho, mi indignación con Jonathan era tan grande, que no podía esperar para darle la reprimenda al día siguiente; tenía que ser en el momento, ahora, YA.
Tardé un poco en encontrar la casa, pues estaba muy apartada. Cuando la encontré miré mi reloj. Las ocho y media. Tenía el tiempo justo y necesario para ir, decirle cuatro verdades e irme.
Empezó a soplar fuertemente el viento, y me alegré de haber cogido el anorak, me lo puse y me sentí mucho mejor. Siguiendo las instrucciones que me había dado la operadora vi que la casa del “indeseable” estaba justo después de una plantación de olivos, es decir, patearse el bosquecito hasta llegar a la puerta de su casa. Bueno, todo fuera por poner los puntos sobre las ies.
Me adentré en la gran masa de matorrales secos y rastrojos que por allí se amontonaban. Cuanto me alegraba de llevar vaquero largo, si hubiera llevado las piernas al aire hubiera sufrido mucho. Cuando ya divisé la arboleda, vi como las nubes negras se avecinaban. Tenía que darme prisa por que podía empezar a llover en cualquier momento. Caminaba animadamente cuando oí un ruido extraño. Un eco de crujidos. Miré a mis pies y vi que había rastrojos así que pensé que sería yo. Seguí caminando y ese mismo eco iba a un compás distinto del mío. Me detuve en seco y tragué saliva. Comenzó a chispear. Se me ocurrió sacar el espejito de mano para ver que tenía detrás mientras fingía que me peinaba. No había nadie hasta que noté como alguien se movía detrás de un árbol. Apreté las manos y aceleré el paso. Por desgracia seguía detrás de mí. Corrí. No podía evitarlo. Alguien me cogió del brazo. Era un vagabundo borracho
-Hola preciosa…-dijo con voz ronca y grave. Apestaba, no sólo a suciedad, si no a alcohol rancio- no tendrás por ahí una monedita, ¿verdad?- sonrió enseñando esa horrible dentadura de dientes podridos
-No tengo nada- dije intentando parecer tranquila- no llevo bolso.- de repente apretó mi brazo con fuerza y me miró con odio.
-¡Mentirosa!-me chilló- ¡Dame dinero!-
Me movió un poco, pero logré soltarme y salir corriendo. Corrí tan rápido como pude, pero sólo oía a aquel loco gritándome que le diera lo que tenía. Pisé un charco, con el pánico ni me había percatado de la lluvia. Estaba cayendo una buena tormenta. Me había perdido. No sabía donde ir. Y me alcanzó. Traté de luchar con todas mis fuerzas, pero un puñetazo siempre acaba con la chica. Me arrastré hacia atrás y cuando creía que todo estaba perdido, una misteriosa sombra impulsó al vagabundo contra un árbol dejándole inconsciente. Me incorporé. No era una sombra, era una túnica. Se volvió hacia mí. Temerosa de que me pudiera hacer lo mismo volví a huir. Corrí y corrí hasta que algo me tomó delicadamente del brazo y me dio la vuelta. Me apretó contra sí y noté una extraña fuerza que me tranquilizaba. Me iba sintiendo cada vez más cansada, más relajada y más dormida. Y entonces, me sumí en la oscuridad
Tardé un poco en encontrar la casa, pues estaba muy apartada. Cuando la encontré miré mi reloj. Las ocho y media. Tenía el tiempo justo y necesario para ir, decirle cuatro verdades e irme.
Empezó a soplar fuertemente el viento, y me alegré de haber cogido el anorak, me lo puse y me sentí mucho mejor. Siguiendo las instrucciones que me había dado la operadora vi que la casa del “indeseable” estaba justo después de una plantación de olivos, es decir, patearse el bosquecito hasta llegar a la puerta de su casa. Bueno, todo fuera por poner los puntos sobre las ies.
Me adentré en la gran masa de matorrales secos y rastrojos que por allí se amontonaban. Cuanto me alegraba de llevar vaquero largo, si hubiera llevado las piernas al aire hubiera sufrido mucho. Cuando ya divisé la arboleda, vi como las nubes negras se avecinaban. Tenía que darme prisa por que podía empezar a llover en cualquier momento. Caminaba animadamente cuando oí un ruido extraño. Un eco de crujidos. Miré a mis pies y vi que había rastrojos así que pensé que sería yo. Seguí caminando y ese mismo eco iba a un compás distinto del mío. Me detuve en seco y tragué saliva. Comenzó a chispear. Se me ocurrió sacar el espejito de mano para ver que tenía detrás mientras fingía que me peinaba. No había nadie hasta que noté como alguien se movía detrás de un árbol. Apreté las manos y aceleré el paso. Por desgracia seguía detrás de mí. Corrí. No podía evitarlo. Alguien me cogió del brazo. Era un vagabundo borracho
-Hola preciosa…-dijo con voz ronca y grave. Apestaba, no sólo a suciedad, si no a alcohol rancio- no tendrás por ahí una monedita, ¿verdad?- sonrió enseñando esa horrible dentadura de dientes podridos
-No tengo nada- dije intentando parecer tranquila- no llevo bolso.- de repente apretó mi brazo con fuerza y me miró con odio.
-¡Mentirosa!-me chilló- ¡Dame dinero!-
Me movió un poco, pero logré soltarme y salir corriendo. Corrí tan rápido como pude, pero sólo oía a aquel loco gritándome que le diera lo que tenía. Pisé un charco, con el pánico ni me había percatado de la lluvia. Estaba cayendo una buena tormenta. Me había perdido. No sabía donde ir. Y me alcanzó. Traté de luchar con todas mis fuerzas, pero un puñetazo siempre acaba con la chica. Me arrastré hacia atrás y cuando creía que todo estaba perdido, una misteriosa sombra impulsó al vagabundo contra un árbol dejándole inconsciente. Me incorporé. No era una sombra, era una túnica. Se volvió hacia mí. Temerosa de que me pudiera hacer lo mismo volví a huir. Corrí y corrí hasta que algo me tomó delicadamente del brazo y me dio la vuelta. Me apretó contra sí y noté una extraña fuerza que me tranquilizaba. Me iba sintiendo cada vez más cansada, más relajada y más dormida. Y entonces, me sumí en la oscuridad