Capítulo 11
Tocada y hundida. No había nada que pudiera hacer contra un vampiro, me superaba en fuerza y velocidad, además de ser inmortal. Estaba tan condenada como ellos, no podía huir, no tenía donde ir…me vine abajo. Volví a mirar por la ventana. Me fijé en la neblina que decoraba los recintos privados de Jonathan, mientras lo hacía, sentí como se aproximaba a mí. Suspiré profundamente.
-¿Por qué me has traído aquí?- pregunté con un halo de rendición
-¿cómo que por qué te he traído aquí?- preguntó Jonathan confuso- ¿tengo que recordarte la historia de mi descendencia y boda?
-No te hagas el tonto- dije molesta- todas tus “candidatas”- entrecomillé- tienen motivos para estar aquí y tenerse que casar con tigo. Erika, para poder llevar a cabo su venganza contra los turcos, Susan lo hace feliz de la vida, pues te está agradecida por haberla salvado; y Megan…- La impotencia se apoderó de mí. Me mordí el labio inferior en señal de rabia- de ella mejor ni hablar por que lo que hizo tu padre con ella me revuelve el estómago- le miré desafiante e hice una pausa- pero aún así... tienes ¡tres mujeres! ¡No una, ni dos! Nada más y nada menos que ¡TRES!- fui hacia el lado de mi cama, en el camino le di un golpe con el hombro en señal de enfado y desprecio- ¿Para que me quieres? ¡No soy de esta época! ¡Te conozco de dos días mientras que Erika lleva aquí un año casi, Megan lleva dos y Susan…no tengo ni idea del tiempo que lleva aquí, la verdad, pero seguro que muchísimo!- comencé a llorar sin darme cuenta- Déjame ir- le medio supliqué- tengo una familia, unos amigos y una vida…- me senté en la cama, estaba agotada. Las lágrimas caían de mis ojos sin que yo pudiera controlarlas, y odiaba que me vieran llorar. Me sequé los ojos, algo inútil por que seguían cayendo. Traté de sonar un poco más firme- dame un solo motivo por el que deba quedarme… con eso me basta
Jonathan me miró fijamente sin moverse del sitio. Su mirada mezclaba sentimientos como la rabia, impotencia y compasión. Se fue aproximando poco a poco a la cama hasta que estuvo frente a mí. Entonces se arrodilló y con su pulgar me limpió las lágrimas y acto seguido sostuvo mi cara entre sus manos. Mi corazón daba un vuelco cuando acortaba distancias.
-Sé que piensas que soy cruel y malvado. Que soy un egoísta y que sólo me importo yo- el tono de tristeza que utilizaba llegó a conmoverme y me hizo sentir culpable- pero créeme que todo tiene un motivo, de verdad- tragué saliva- sé que es francamente difícil hacerlo pero, confía en mí- presionó su mano contra mi cara con fuerza y tras un breve instante en que me miró a los ojos con aire suplicante, como en busca de mi perdón, soltó mi cara y se puso en pie con aire digno- ahora te dejo para que descanses; si tienes hambre, mis criados te atenderán.- se dirigió a la puerta y antes de cerrar me dio las buenas noches. Tal como cerró la puerta un escalofrío recorrió mi cuerpo. Decidí acostarme tras pelearme con el corsé que e habían puesto y el pomposo vestido. Quise dormir pero no podía. Tal como Jonathan vaticinó, me entró hambre. Ya estaba bien entrada la noche, pero no aguantaba más, necesitaba llevarme algo a la boca, aunque fuera un mendrugo de pan. Me puse en pie, abroche mi dorada y roja bata que estaba encima de un butacón, y con candelabro en mano, salí en busca de algún sirviente.
Deduje por la ausencia de personal que estarían descansando, y era normal…sólo a mí se me podía ocurrir comer a tal hora. Llegué sin dificultad a la cocina, cogí un trozo de pan blanco y una pera. Con eso mataba el gusanillo y podría dormir un poco. Mientras comía miraba por la ventana y tal como le di el primer bocado a la pera, me pareció oír un ruido. Abrí la ventana, y asomé la cabeza; para mi sorpresa daba al recinto privado de caza. Vi una figura deambulando por ahí, pero la oscuridad no me dejaba distinguir que era. La observé detenidamente. Caminaba tranquilamente, de repente se giró bruscamente y vi como algo se le abalanzaba. Asustada, solté el candelabro y la comida y salí corriendo para ver si podía ayudarle. Corrí todo lo rápido que pude, para ver si todavía podía hacer algo y para ver que había pasado. Nunca entenderé por que no pedí ayuda, pero ya nunca lo sabré. Al llegar comprendí que a quien yo pensaba ayudar no era precisamente quien necesitaba de mi auxilio.
Nunca temí más por mi vida como aquella noche. Perdí el aliento por unos instantes ante tal escena. La figura que deambulaba por el jardín resultó ser Jonathan, que se encontraba acechando lo que sería su comida. Las nubes dejaron que la luz de la luna iluminara la horrible escena. Los ojos de Jonathan perdieron su color violáceo para tomar un color rojo carmín que era realmente aterrador. Su víctima, un pobre ciervo, luchaba por su vida, intentando escapar del depredador. Corría, pero Jonathan se movía a una velocidad que no alcanza a identificar el ojo humano. Sus afilados incisivos brillaban en la oscuridad de la noche. El animal no tenía escapatoria y finalmente, Jonathan se abalanzó a él, para sucumbir a su sed de sangre. Estaba descontrolado. Actuaba como un perro rabioso. El pánico me inmovilizó, tal como pasó aquel día de tormenta en el instituto. Cuando el ciervo dejó de moverse supe que ya no tenía vida; y fue cuando él levantó la mirada y se percató de que le observaba. Se puso en pie, sus blancos colmillos estaban teñidos de la sangre del pobre ciervo, que se deslizaba por sus carnosos labios hasta acabar goteando por su barbilla. Con la manga de su camisa se limpió dejándola teñida. Su expresión iba cambiando por instantes. Al principio su mirada era salvaje, teñidos de carmín, pero poco a poco fue recuperando el color violáceo, y le añadieron un halo de vergüenza y tristeza. Se encontraría a unos siete metros de mí, pero temía tanto o más que si estuviera al lado mío. Comenzó a caminar lentamente hacía donde me encontraba, dejando tras de sí el cadáver del animal. No lo pude evitar y salí corriendo en la dirección opuesta del jardín, corrí y corrí sin mirar atrás adentrándome en la vegetación salvaje sin darme cuenta de que estaba en la zona que no pertenecía al recinto de caza de Jonathan, era el bosque. Me daba igual, simplemente quería huir de esa monstruosidad que era Jonathan. Cuando paré para recobrar el aliento ya estaba muy adentrada en el bosque. Tan denso o más que como se le veía desde la ventana. Todo estaba muy oscuro y para hacerlo aún más tétrico, una neblina flotaba en el ambiente. Lo único que se podía ver era los reflejos de la luz de la luna, colándose por los orificios que las ramas de los altísimos árboles dejaban. Hacía muchísimo frío pero no me percaté hasta que me hube detenido. De mi boca no salía sonido alguno, sólo vaho. Mis manos y pies se congelaban por instantes, y no era de extrañar si en pleno bosque sólo llevaba un camisón, una bata y unas zapatillas. Caminé lentamente en busca de algo o alguien que me ayudara. No producía sonido alguno ya que tenía miedo de que Jonathan me encontrara y me hiciera lo mismo que al ciervo. Agotada tras un largo rato me paré junto al tronco de un árbol a descansar, crucé los brazos esperando que mis manos entrasen un poco en calor. De repente, oí algo, no era como los pasos de aquel vagabundo, era el sonido del aire cortante. Me giré sobre mi misma, y no vi a nadie. Entonces vi como unas hojas caían lentamente sobre mí. Entonces levanté lentamente la cabeza y fue cuando les vi. Unos veinte individuos sujetos en las ramas de los árboles mirándome con ojos lujuriosos y deseosos. Eran los vampiros furtivos de los que me había hablado Jonathan. Muy lentamente caminé hacia atrás, intentando no hacer ningún movimiento brusco. No levantaban la mirada de mí pero tampoco se inmutaban. Hasta que uno de ellos se tiró y aterrizó suavemente sobre sus pies, como si flotase. Se acercó a mí con una sonrisa diabólica. Decidí detenerme.
-Buenas noches- me saludó con voz ronca y dura- ¿Qué hace una preciosa chica como tú en un bosque como este?- decidí no responder. Me limité a quedarme callada- ¡ah!- exclamó- ¿lo oyes?- negué con la cabeza- es el sonido de tu corazón, que late acelerado bombeando tu sangre…dulce y deliciosa sangre- se relamió y fue entonces cuando salí huyendo- ¡Que no escape!- ordenó el vampiro. No me atrevía a mirar atrás seguí corriendo y corriendo
-¡Susan! ¡Erika! ¡Jonathan! ¡Socorro!- gritaba sin parar. Finalmente uno de ellos se me abalanzó desde la copa de un árbol. Sentí un pinchazo en mi brazo, pero el frío había anulado cualquier sensibilidad en mis articulaciones. Pataleé con fuerza pero daba golpes al aire, la oscuridad no me dejaba distinguir a mi adversario. Traté de defenderme con todas mis fuerzas, pero ¿qué podía hacer yo frente a la fuerza sobre humana de un vampiro? Estaba lista para que el que parecía su líder me diera el golpe de gracia cuando de repente, todos ellos se alejaron de mí y se postraron. Me incorporé, y me di la vuelta, allí estaba esa misma túnica negra que me había salvado del vagabundo.
-Largaos- ordenó duramente y todos ellos desaparecieron. Yo reconocía esa voz, era la misma de aquel pedante del colegio, de la misma persona que me había llevado a Transilvania, la misma a la que odiaba y sentía ternura a la vez.
-¿Estás bien Danielle?- dijo retirándose la capucha y dejando al descubierto su rostro. Sin poderlo controlar me lancé a él a llorar. Había pasado mucho miedo y tenía la necesidad de sentirme segura.- Lo siento…- me dijo al oído mientras me abrazaba con fuerza- has debido de pasar muchísimo miedo.- no hablaba, sólo me dejaba encantar por las palabras dulces y la fuerza con la que me sostenía- estás helada, -dijo tocándome las manos- te voy a llevar al castillo de inmediato- me tomó en brazos y me puso su túnica para intentar hacerme entrar en calor- será mejor que cierres los ojos y que no los abras hasta que te avise.- obedecí, no me sentía con fuerzas para contradecirle. Sentí bofetadas de aire frío en mi cara pero a escasos minutos volví a sentir calor reconfortante- ahora puedes abrirlos- increíble, estaba en mi habitación de nuevo. Me tumbó delicadamente en la cama y ordenó a unas sirvientas que me trajeran algo caliente para comer.
Se quedó sentado en la butaca de enfrente de la chimenea con la barbilla apoyada en sus manos y a su vez, sus brazos apoyados en sus piernas. Estaba en silencio, con el rostro tenso y serio. Aunque estaba aturdida podía ver con claridad la escena. Quise llamarle, pero sólo pude emitir un triste gemido, que hizo que se levantara rápidamente hacia donde me encontraba.
-Shh- me ordenó callar mientras acariciaba mi pelo con su mano. Estaba fría, era la piel helada de un cuerpo sin vida. La expresión de sus ojos se clavó en mi mirada. Expresaban muchas cosas, dolor, vergüenza, preocupación… eran los ojos de un niño perdido- lo siento…- susurró- no debería haber pasado esto- en ese momento aparecieron las criadas, transportaban una especie de barreño de agua caliente y numerosas mantas. Jonathan me besó en la frente y me dejó para que pudiera bañarme. El agua caliente relajó todos mis músculos contraídos por el frío, y una vez hube comido algo, las sirvientas me prepararon la cama y pude descansar algo; aunque cada vez que cerraba los ojos, dos imágenes se me venían a la cabeza. Las dos caras de mi vampiro, la faceta asesina, con los ojos rojos y aspecto fiero; y la más… ¿cómo decirlo? ¿Humana? Sí, así podríamos denominarla. La expresión de una persona arrepentida de algo y atormentada. Al final el agotamiento físico y psicológico me venció y sucumbí al sueño.
Tocada y hundida. No había nada que pudiera hacer contra un vampiro, me superaba en fuerza y velocidad, además de ser inmortal. Estaba tan condenada como ellos, no podía huir, no tenía donde ir…me vine abajo. Volví a mirar por la ventana. Me fijé en la neblina que decoraba los recintos privados de Jonathan, mientras lo hacía, sentí como se aproximaba a mí. Suspiré profundamente.
-¿Por qué me has traído aquí?- pregunté con un halo de rendición
-¿cómo que por qué te he traído aquí?- preguntó Jonathan confuso- ¿tengo que recordarte la historia de mi descendencia y boda?
-No te hagas el tonto- dije molesta- todas tus “candidatas”- entrecomillé- tienen motivos para estar aquí y tenerse que casar con tigo. Erika, para poder llevar a cabo su venganza contra los turcos, Susan lo hace feliz de la vida, pues te está agradecida por haberla salvado; y Megan…- La impotencia se apoderó de mí. Me mordí el labio inferior en señal de rabia- de ella mejor ni hablar por que lo que hizo tu padre con ella me revuelve el estómago- le miré desafiante e hice una pausa- pero aún así... tienes ¡tres mujeres! ¡No una, ni dos! Nada más y nada menos que ¡TRES!- fui hacia el lado de mi cama, en el camino le di un golpe con el hombro en señal de enfado y desprecio- ¿Para que me quieres? ¡No soy de esta época! ¡Te conozco de dos días mientras que Erika lleva aquí un año casi, Megan lleva dos y Susan…no tengo ni idea del tiempo que lleva aquí, la verdad, pero seguro que muchísimo!- comencé a llorar sin darme cuenta- Déjame ir- le medio supliqué- tengo una familia, unos amigos y una vida…- me senté en la cama, estaba agotada. Las lágrimas caían de mis ojos sin que yo pudiera controlarlas, y odiaba que me vieran llorar. Me sequé los ojos, algo inútil por que seguían cayendo. Traté de sonar un poco más firme- dame un solo motivo por el que deba quedarme… con eso me basta
Jonathan me miró fijamente sin moverse del sitio. Su mirada mezclaba sentimientos como la rabia, impotencia y compasión. Se fue aproximando poco a poco a la cama hasta que estuvo frente a mí. Entonces se arrodilló y con su pulgar me limpió las lágrimas y acto seguido sostuvo mi cara entre sus manos. Mi corazón daba un vuelco cuando acortaba distancias.
-Sé que piensas que soy cruel y malvado. Que soy un egoísta y que sólo me importo yo- el tono de tristeza que utilizaba llegó a conmoverme y me hizo sentir culpable- pero créeme que todo tiene un motivo, de verdad- tragué saliva- sé que es francamente difícil hacerlo pero, confía en mí- presionó su mano contra mi cara con fuerza y tras un breve instante en que me miró a los ojos con aire suplicante, como en busca de mi perdón, soltó mi cara y se puso en pie con aire digno- ahora te dejo para que descanses; si tienes hambre, mis criados te atenderán.- se dirigió a la puerta y antes de cerrar me dio las buenas noches. Tal como cerró la puerta un escalofrío recorrió mi cuerpo. Decidí acostarme tras pelearme con el corsé que e habían puesto y el pomposo vestido. Quise dormir pero no podía. Tal como Jonathan vaticinó, me entró hambre. Ya estaba bien entrada la noche, pero no aguantaba más, necesitaba llevarme algo a la boca, aunque fuera un mendrugo de pan. Me puse en pie, abroche mi dorada y roja bata que estaba encima de un butacón, y con candelabro en mano, salí en busca de algún sirviente.
Deduje por la ausencia de personal que estarían descansando, y era normal…sólo a mí se me podía ocurrir comer a tal hora. Llegué sin dificultad a la cocina, cogí un trozo de pan blanco y una pera. Con eso mataba el gusanillo y podría dormir un poco. Mientras comía miraba por la ventana y tal como le di el primer bocado a la pera, me pareció oír un ruido. Abrí la ventana, y asomé la cabeza; para mi sorpresa daba al recinto privado de caza. Vi una figura deambulando por ahí, pero la oscuridad no me dejaba distinguir que era. La observé detenidamente. Caminaba tranquilamente, de repente se giró bruscamente y vi como algo se le abalanzaba. Asustada, solté el candelabro y la comida y salí corriendo para ver si podía ayudarle. Corrí todo lo rápido que pude, para ver si todavía podía hacer algo y para ver que había pasado. Nunca entenderé por que no pedí ayuda, pero ya nunca lo sabré. Al llegar comprendí que a quien yo pensaba ayudar no era precisamente quien necesitaba de mi auxilio.
Nunca temí más por mi vida como aquella noche. Perdí el aliento por unos instantes ante tal escena. La figura que deambulaba por el jardín resultó ser Jonathan, que se encontraba acechando lo que sería su comida. Las nubes dejaron que la luz de la luna iluminara la horrible escena. Los ojos de Jonathan perdieron su color violáceo para tomar un color rojo carmín que era realmente aterrador. Su víctima, un pobre ciervo, luchaba por su vida, intentando escapar del depredador. Corría, pero Jonathan se movía a una velocidad que no alcanza a identificar el ojo humano. Sus afilados incisivos brillaban en la oscuridad de la noche. El animal no tenía escapatoria y finalmente, Jonathan se abalanzó a él, para sucumbir a su sed de sangre. Estaba descontrolado. Actuaba como un perro rabioso. El pánico me inmovilizó, tal como pasó aquel día de tormenta en el instituto. Cuando el ciervo dejó de moverse supe que ya no tenía vida; y fue cuando él levantó la mirada y se percató de que le observaba. Se puso en pie, sus blancos colmillos estaban teñidos de la sangre del pobre ciervo, que se deslizaba por sus carnosos labios hasta acabar goteando por su barbilla. Con la manga de su camisa se limpió dejándola teñida. Su expresión iba cambiando por instantes. Al principio su mirada era salvaje, teñidos de carmín, pero poco a poco fue recuperando el color violáceo, y le añadieron un halo de vergüenza y tristeza. Se encontraría a unos siete metros de mí, pero temía tanto o más que si estuviera al lado mío. Comenzó a caminar lentamente hacía donde me encontraba, dejando tras de sí el cadáver del animal. No lo pude evitar y salí corriendo en la dirección opuesta del jardín, corrí y corrí sin mirar atrás adentrándome en la vegetación salvaje sin darme cuenta de que estaba en la zona que no pertenecía al recinto de caza de Jonathan, era el bosque. Me daba igual, simplemente quería huir de esa monstruosidad que era Jonathan. Cuando paré para recobrar el aliento ya estaba muy adentrada en el bosque. Tan denso o más que como se le veía desde la ventana. Todo estaba muy oscuro y para hacerlo aún más tétrico, una neblina flotaba en el ambiente. Lo único que se podía ver era los reflejos de la luz de la luna, colándose por los orificios que las ramas de los altísimos árboles dejaban. Hacía muchísimo frío pero no me percaté hasta que me hube detenido. De mi boca no salía sonido alguno, sólo vaho. Mis manos y pies se congelaban por instantes, y no era de extrañar si en pleno bosque sólo llevaba un camisón, una bata y unas zapatillas. Caminé lentamente en busca de algo o alguien que me ayudara. No producía sonido alguno ya que tenía miedo de que Jonathan me encontrara y me hiciera lo mismo que al ciervo. Agotada tras un largo rato me paré junto al tronco de un árbol a descansar, crucé los brazos esperando que mis manos entrasen un poco en calor. De repente, oí algo, no era como los pasos de aquel vagabundo, era el sonido del aire cortante. Me giré sobre mi misma, y no vi a nadie. Entonces vi como unas hojas caían lentamente sobre mí. Entonces levanté lentamente la cabeza y fue cuando les vi. Unos veinte individuos sujetos en las ramas de los árboles mirándome con ojos lujuriosos y deseosos. Eran los vampiros furtivos de los que me había hablado Jonathan. Muy lentamente caminé hacia atrás, intentando no hacer ningún movimiento brusco. No levantaban la mirada de mí pero tampoco se inmutaban. Hasta que uno de ellos se tiró y aterrizó suavemente sobre sus pies, como si flotase. Se acercó a mí con una sonrisa diabólica. Decidí detenerme.
-Buenas noches- me saludó con voz ronca y dura- ¿Qué hace una preciosa chica como tú en un bosque como este?- decidí no responder. Me limité a quedarme callada- ¡ah!- exclamó- ¿lo oyes?- negué con la cabeza- es el sonido de tu corazón, que late acelerado bombeando tu sangre…dulce y deliciosa sangre- se relamió y fue entonces cuando salí huyendo- ¡Que no escape!- ordenó el vampiro. No me atrevía a mirar atrás seguí corriendo y corriendo
-¡Susan! ¡Erika! ¡Jonathan! ¡Socorro!- gritaba sin parar. Finalmente uno de ellos se me abalanzó desde la copa de un árbol. Sentí un pinchazo en mi brazo, pero el frío había anulado cualquier sensibilidad en mis articulaciones. Pataleé con fuerza pero daba golpes al aire, la oscuridad no me dejaba distinguir a mi adversario. Traté de defenderme con todas mis fuerzas, pero ¿qué podía hacer yo frente a la fuerza sobre humana de un vampiro? Estaba lista para que el que parecía su líder me diera el golpe de gracia cuando de repente, todos ellos se alejaron de mí y se postraron. Me incorporé, y me di la vuelta, allí estaba esa misma túnica negra que me había salvado del vagabundo.
-Largaos- ordenó duramente y todos ellos desaparecieron. Yo reconocía esa voz, era la misma de aquel pedante del colegio, de la misma persona que me había llevado a Transilvania, la misma a la que odiaba y sentía ternura a la vez.
-¿Estás bien Danielle?- dijo retirándose la capucha y dejando al descubierto su rostro. Sin poderlo controlar me lancé a él a llorar. Había pasado mucho miedo y tenía la necesidad de sentirme segura.- Lo siento…- me dijo al oído mientras me abrazaba con fuerza- has debido de pasar muchísimo miedo.- no hablaba, sólo me dejaba encantar por las palabras dulces y la fuerza con la que me sostenía- estás helada, -dijo tocándome las manos- te voy a llevar al castillo de inmediato- me tomó en brazos y me puso su túnica para intentar hacerme entrar en calor- será mejor que cierres los ojos y que no los abras hasta que te avise.- obedecí, no me sentía con fuerzas para contradecirle. Sentí bofetadas de aire frío en mi cara pero a escasos minutos volví a sentir calor reconfortante- ahora puedes abrirlos- increíble, estaba en mi habitación de nuevo. Me tumbó delicadamente en la cama y ordenó a unas sirvientas que me trajeran algo caliente para comer.
Se quedó sentado en la butaca de enfrente de la chimenea con la barbilla apoyada en sus manos y a su vez, sus brazos apoyados en sus piernas. Estaba en silencio, con el rostro tenso y serio. Aunque estaba aturdida podía ver con claridad la escena. Quise llamarle, pero sólo pude emitir un triste gemido, que hizo que se levantara rápidamente hacia donde me encontraba.
-Shh- me ordenó callar mientras acariciaba mi pelo con su mano. Estaba fría, era la piel helada de un cuerpo sin vida. La expresión de sus ojos se clavó en mi mirada. Expresaban muchas cosas, dolor, vergüenza, preocupación… eran los ojos de un niño perdido- lo siento…- susurró- no debería haber pasado esto- en ese momento aparecieron las criadas, transportaban una especie de barreño de agua caliente y numerosas mantas. Jonathan me besó en la frente y me dejó para que pudiera bañarme. El agua caliente relajó todos mis músculos contraídos por el frío, y una vez hube comido algo, las sirvientas me prepararon la cama y pude descansar algo; aunque cada vez que cerraba los ojos, dos imágenes se me venían a la cabeza. Las dos caras de mi vampiro, la faceta asesina, con los ojos rojos y aspecto fiero; y la más… ¿cómo decirlo? ¿Humana? Sí, así podríamos denominarla. La expresión de una persona arrepentida de algo y atormentada. Al final el agotamiento físico y psicológico me venció y sucumbí al sueño.
1 comentario:
me está gustando tu historia ^^ me gustaría afiliarte en mis blogs si no hya problema en ello.
Hasta otra!
Ja-nee
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