Capítulo 13
Después de la “clase de esgrima” decidí pasearme por los jardines del castillo. Eran enormes y silenciosos. Perfectos para oírme pensar, lo malo era, que no quería escucharme. Me atormentaba a mí misma cuestionándome el motivo por que había visto a Jonathan en mi mente. Debería haber visto a mamá o a papá… incluso a Phoebe o a Martha y Karen… pero a nadie de ellos. Vi a Jonathan. Algo interrumpió mis pensamientos. Era una voz cantando. La seguí y encontré a Susan atareada en el jardín. Cortando rosas, plantando violetas y así innumerables especies de plantas que desconozco. Se volvió al percatarse de mi presencia y me dedicó una de sus encantadoras sonrisas.
-Hola Danielle –agitó su mano escondida en unos guantes blancos ensuciados de tierra negra.
-Hola Susan- me agaché junto a ella- rodeada de flores otra vez, ¿no?
-Lo prefiero a estar con el arco como Erika o en mi cuarto encerrada como Megan-sonrió colocando una planta en un hoyo.- ¿Hablaste con Jonathan?
-Sí, todo ha ido bien- sonreí intentando parecer convincente
-Me alegro- sonrió y siguió en sus labores. Pasó un rato en el que no nos dijimos nada hasta que rompí el silencio.
-Oye Susan…- levantó la vista- ¿podrías hablarme un poco de los vampiros?
-¿qué cosa en concreto?- siguió haciendo cosas
- No sé… lo que sepas…- me encogí de hombros
-Pues…-pensó- la verdad es que te seré de poca ayuda por que los secretos y las habilidades vampíricas se van adquiriendo por décadas. Sé que cada vampiro tiene unas habilidades base que son el desarrollo de los sentidos, la velocidad y la fuerza, pero además cada uno desarrolla una habilidad especial distinta. Por ejemplo, Jonathan tiene la habilidad de saltar en el tiempo, yo tengo la habilidad de calmar a las fieras, Lord Henry según tengo entendido es capaz de volar o algo… pero eso varía mucho.
-Vaya…- era bastante interesante. Es decir todos seguían unas mismas pautas pero cada uno de ellos tenían un don especial- ¿qué más puedes contarme?
-Poco…- me respondió sin levantar la vista de la tierra
-¿Por qué no te afecta la luz del Sol?
-¿por qué debiera hacerlo?- me miró-que no esté viva no significa que no pueda hacer una vida “normal”- entrecomilló con sus dedos- ¿Qué pensabas? ¿Qué me convertiría en ceniza o algo?-rió divertida. Lo que no sabía ella es que en realidad era lo que yo pensaba.
-¿Qué opinas de los ajos?- me miró extrañada
-Haces unas preguntas muy raras- siguió trabajando- pues son una planta como otra cualquiera…
-Pero… ¿no te afecta su olor?
-No es igual que el dulce aroma de los lillium, pero se soporta.
-Entonces no te molesta
-No más que el de otra verdura, ¿por qué?
-Por nada…- no le afecta el sol, no le afecta el olor de los ajos… ¡qué vampiros más raros son!- oye… ¿y las joyas te gustan?
-¡Oh, sí! – exclamó alegre…no dejaba de ser una niña- me apasionan, tengo varias desde que vivo aquí.
-como por ejemplo…
-Por ejemplo, pendientes de oro, brazaletes de piedras preciosas, rosarios de cristal y piedras…
-¿Rosarios? ¿Te gustan los crucifijos?
-¡Oh sí! ¡Me encantan! De hecho…- se volvió para mirarme y explicarme mejor- Jonathan dice que para alguien de mi edad queda poco favorecedor, pero tengo un colgante de una cruz de rubíes que va enganchada en un cinto de terciopelo negro precioso- sonrió alegre y yo la miré fingiendo interés en la joya. Ni crucifijos, ni agua bendita, ni ajos… ¡¿qué clase de vampiros son?!
-Señoritas, la cena está servida- nos anunció una de las sirvientas desde la ventana. Nos pusimos en pie y Susan me fue contando una por una las joyas que albergaba en su joyero, pero mi mente estaba bastante alejada del tema de conversación. Entramos en el salón comedor. Era enorme, por no decir gigante. Había una enorme mesa de madera oscura de gran grosor, y a cada lado enormes butacones de madera del mismo color, pero con remates dorados. Presidía la mesa un hombre de unos 30 años, muy apuesto. Tenía los ojos claros y una buena percha. Llevaba una gran capa roja carmín sobre sus hombros, y lucía una vistosa blusa púrpura.
-Erika- le pregunté cuando me senté a su lado- ¿quién preside la mesa?
-Danielle…ese es el padre de Jonathan, Lord Henry
-¡Tan joven!- medio exclamé, pero Lord Henry pareció no haberme escuchado. Todos tomamos asiento. Megan se sentó a la izquierda de Lord Henry, con el rostro cabizbajo. A la derecha de Megan estaba la alegre Susan, sentada correctamente como una señorita, pero inquieta como una niña, frente a ella estaba yo, y a mi izquierda estaba Erika, cuyos modales eran poco refinados y se sentaba con los codos apoyados en la mesa, y a mi derecha había un sitio libre, que intuyo, sería el de Jonathan.
-¿Dónde está mi hijo?- preguntó en voz alta-
-No le hemos visto en todo el día…- respondió Erika
-Aunque Danielle si ha hablado con él, ¿no?- puntualizó Susan y los ojos de Lord Henry se clavaron en mí.
-¿Quién eres?- preguntó sin modales algunos
-Me llamo Da- Danielle- tartamudeé
-¿Y qué haces aquí?
-Me…me trajo Jonathan- tragué saliva. Los ojos del noble me hubieran atravesado si hubiesen podido. Su rostro fiero y afilado, pero atractivo, su cabello rubio y rizado como una figura griega, me incomodaban de sobremanera.
-¿Qué relación guardas con mi hijo?- me preguntó de manera agresiva pero sin salirse de tono. Sabía que era el centro de todas las miradas de los que estábamos sentados en la mesa y los que no, pero no podía retirarle la mirada. ¿Qué relación había entre Jonathan y yo? Ni yo misma lo sabía. En ese momento, como ángel caído del cielo, apareció “el Rey de Roma”. Se había cambiado de ropa y ahora llevaba puestas unas mallas marrones con una blusa color mostaza y un chaleco marrón.
-Disculpad mi retraso padre- dijo mientras tomaba asiento- estaba aseándome
-Sabes muy bien que detesto las impuntualidades- le repuso con ojos fieros
-Padre no he tardado tanto, no hagamos un drama de esto ¿de acuerdo?- Lord Henry parecía furioso, pero Jonathan actuaba como si no le viera
-Sois un insolente.
-Odette- ordenó Jonathan ignorando a su padre- por favor servidnos la cena- la sirvienta hizo una reverencia y fue a la camarera en busca del plato principal. Retiró la tapa de plata de la fuente y descubrimos la cena del día. Asado. Olía de maravilla y nos sirvió un trozo a cada una. Bueno, a Megan, Erika y a mí. Acto seguido tomó una copa de cristal y la colocó frente a Susan, llenándola de lo que deduzco, sería sangre, y acto seguido sirvió en un cáliz de oro a Lord y Henry y a Jonathan por último en uno de plata.
La cena transcurrió en silencio, la comida estaba deliciosa y acabé llena; incluso llegué a ignorar el hecho de que Lord Henry no hacía más que mirarme con odio. Odette apareció de nuevo para retirar los platos.
-Estaba todo delicioso- dijo Jonathan al fin rompiendo el silencio- Estoy lleno.
-Exquisito- le siguió Susan
-Estaba asqueroso- repuso de mala gana Lord Henry
-Padre, no digáis tonterías- le contradijo Jonathan- El ganado de este año está saliendo muy bueno, y su sangre es deliciosa.
-ganado, ciervos, liebres… ¡estoy harto!- vociferó poniéndose en pie- ¡somos nobles, no pordioseros! – Todas nos quedamos heladas y mirándonos la una a la otra. Jonathan miró con aspecto serio a su padre y dirigió la mirada a Odette.
-Por favor, retiraos todas las sirvientas.- aterradas hicieron la usual reverencia, dejaron todo como estaba y salieron por la puerta despavoridas- padre, no hace falta que hagas escándalos.
-¿Escándalo?- le miró fiero- ¡llevo alimentándome de ganado décadas! ¡no pruebo la sangre humana desde tu transformación!
-Padre… tranquilizaos- aunque trataba de mantener la calma, estaba nervioso- Erika, Megan y Danielle, hacedme el favor de retiraros…- nos ordenó-¿Por qué?- repuso su padre desafiante- ¿tienes miedo de que las ataque?- y tomó la mano de Megan, quien apenas se movía- puedo oírla…-cerró los ojos y colocó la muñeca en su oído- su sangre circulando rápidamente…- abrió los ojos con aire deseoso. En un abrir y cerrar de ojos Jonathan se encontraba interponiendo su mano entre la de Megan y el rostro de su padre.
-Ya está bien padre, la estáis asustando- le miró fijamente. Pareciera como si entre ellos se dijeran algo, pero no cruzaban palabras.- retiraos todas, tú también Susan- y obedecimos como el rebaño obedece al pastor. Salimos en silencio y sin mediar palabra. Megan encabezaba la fila y se encerró en su habitación. Me paré en seco en medio del pasillo y Erika y Susan imitaron su comportamiento. Sin mediar palabra se encerraron en sus aposentos. Cuando me hube quedado sola, reflexioné acerca de lo que había pasado. Pensé en el mal rato que tuvo que haber pasado Megan y me dirigí a su habitación. Toqué a la puerta, pero nadie respondía. Pasados unos minutos, me aventuré a abrir yo misma la puerta y entrar. Allí estaba Megan, en su butaca, mirando por la ventana con los ojos tristes y asustadizos. Pareció extrañada por mi visita, pero no se movió de su sitio ni cruzó palabra alguna.
-Hola…-dije bajito cerrando la puerta delicadamente- venía a ver como estabas…- ella bajó la mirada desviándola de mí- supongo que has pasado un mal rato allí…- continuó en silencio- bueno…suerte que Jonathan ha intervenido ¿eh?- me fui aproximando donde ella, hasta encontrar otra butaca más pequeña que estaba frente a ella. Suspiré profundamente- mira Megan…sé que llevas dos años sin hablar con nadie, y no pretendo que empieces a hacerlo ahora…sólo espero que si alguna vez necesitas pedir auxilio a alguien, levantes la voz. Por que todas aquí estamos en el mismo barco. ¿De acuerdo?- ella levantó su vista para clavar sus ojos grises en mí. Parecía examinarme, como para asegurarse de que mis palabras eran sinceras. Entonces lentamente se acercó a mí, me tomó de una mano y me sonrió. No hizo falta nada más. Sabía que cuando necesitase ayuda, la pediría.- Bueno, tengo que retirarme ya- me puse en pie- recuerda lo que te he dicho, ¿vale? – ella asintió- hasta luego.
Salí de aquella habitación con una mezcla de sentimientos. Alegría por haber ayudado a Megan, miedo por lo sucedido en el comedor, imaginando que hubiera sido mi muñeca la que corría peligro e intriga, por que aún no conocía todo lo que rondaba por el castillo.
martes, 23 de septiembre de 2008
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